martes, 24 de julio de 2012

El asesinato de Luis Rizo Patrón, amigo de Santucho

El cuerpo acribillado en la plaza de Metán

 Por Alejandra Dandan

Gabriela empezó describiendo ese estado de clandestinidad “media extraña” en el que estaba su padre, Luis Rizo Patrón, que vivía escondido en el altillo de la casa de la abuela, adonde sus hijos subían cada tanto, pero cuando alguien preguntaba por él debían decir que estaba en otra parte. En julio de 1976, cuando ya lo habían secuestrado, la madre de Gabriela volvió a subir al altillo. “Eso es lo que más triste tengo de mi vida”, dijo ella en la audiencia de ayer. “Verla a mi mamá bajando con los libros de mi papá, teniéndolos que quemar por recomendación de la familia, quemar el libro que él estaba escribiendo y que a mí me hubiese gustado llegar a leer.”

Gabriela declaró ante el Tribunal Oral Federal de Salta donde se lleva adelante la megacausa por las víctimas de la represión. Tenía 12 años cuando secuestraron a su padre, al que pocos días después dejaron tirado y asesinado en la plaza de Metán, abajo del monumento al General San Martín, rodeado de bombas, con seis agujeros de tiros en la cabeza, dos o tres en los brazos y otros en el estómago. Su padre, que era maestro de escuela en Metán, que había nacido en Santiago del Estero, había sido amigo desde el secundario de Roberto Santucho y más tarde parte del PRT; estuvo preso y luego fue candidato a legislador y diputado en el gobierno de Miguel Ragone, después del golpe había comenzado a viajar a Chaco. Cerca de ahí una patota secuestró primero a su hijo más grande, y el 12 de junio de 1976 lo obligaron a entregarse a cambio del joven.

“Realmente las heridas que quedan en una familia son muy importantes”, dijo ella cuando el Tribunal le preguntó por qué no estaban allí declarando sus hermanos. “Acompañé a mi mamá cuando la persona que está a cargo del programa de Protección al testigo fue hablar con ella. Nos explicó el valor que tenía esto para determinar las condiciones de la muerte, que nosotros ya sabemos; para poder determinar quiénes fueron los culpables, que Dios sabrá si se podrá determinar o no, y para poder determinar la magnitud del daño. En función de esa magnitud del daño es que yo estoy sentada hoy acá”, dijo ella. “Me parecía que se debía saber en principio que mi papá era una persona que desde la docencia trató de transmitir mucho de lo que era el respeto al otro y a las ideas; tenía una ideología muy clara de participación en la comunidad, a través del gremio y cooperativas. Desde que eran muy jóvenes los dos, con mi mamá, comenzaron una línea de defensa del indígena, quedó mi papá después militando un tiempo en el PRT. Y todo lo valioso de su vida me parecía que era muy poco que quedara simplemente en el cuerpo, en cómo se había encontrado, qué posición estaba o cuántas balas recibió. Esta magnitud del daño hace referencia a la familia, que estuvimos muy solos, con apremios económicos. Cuando tomé el ómnibus anoche, una de las broncas más grandes que tenía era darme cuenta de que después de 36 años lo que ocurrió está tan presente en la vida de cada uno de nosotros: verla a mi mamá que no puede venir; ver a mi hermano que a los 51 años no puede contar esto. Y pensar que mi hermana está ahí afuera sin poder expresar esto, porque lo que nos metieron es el miedo adentro.”
Luis

A Luis Rizo Patrón le decían “el profesor” en el pueblo de Metán. “Mi mamá era profesora de lengua y mi papá de contabilidad, vivíamos ahí en donde ser docentes era uno de los mayores privilegios, nosotros éramos muy bien considerados” en el pueblo, dijo Gabriela, hasta que en mayo de 1972 detuvieron por primera vez a su padre. “Al episodio lo viví bastante de cerca porque nos detiene la policía. En ese momento se usaban unos portafolios enormes de Primicia. Me acuerdo que el policía me dijo: abrime el portafolio. Yo miré para atrás, mi mamá me dijo que lo abra y mi hermana se resistía. Cuando vieron que llevábamos útiles nos dejaron ir al colegio y cuando volvimos a nuestra casa, a mi papá se lo llevaron detenido.”

Luis estuvo preso en Tucumán, en Buenos Aires, en Resistencia y luego en Salta. Los hijos lograron verlo en la cárcel de Salta en mayo del ’72, donde les mostró las artesanías que armaban con huesos de caracú. “Lo vi mucho más flaco, había hecho huelga de hambre y mi hermana me preguntó si no me había dado cuenta de que estaba golpeado. Pero yo no me daba cuenta todavía.” Cuando salió en el mes de septiembre, al poco tiempo comenzó con la candidatura a legislador. “Para nosotros todo eso era raro”, dijo ella. “De golpe pasamos de ser hija de un preso, a ser hija del candidato, a los pocos meses hija del legislador y vicepresidente de la Cámara de Diputados de Salta en la época del gobierno de Ragone.”

En el ’73 y ’74, como legislador viajaba los fines de semana a Metán. Con los años Gabriela se metió a ver sus proyectos, entre los que más discusiones generó, encontró uno sobre la expropiación de latifundios.

“¿Por qué pasó a la clandestinidad?”, preguntó el fiscal en la sala.

“Ya a mediados del ’74 el ambiente no era tan jolgorioso, de ser la hija del legislador empezamos a recibir amenazas. Digo jolgorioso porque pude venir a la capital de Salta y verlo no en la cárcel sino como diputado, que estuvo lindo. Pero al final del ‘74 toda la familia estaba amenazada y a un vecino a dos casas de la nuestra le pusieron una bomba y nos dijeron que se habían equivocado: que las bombas eran para nosotros. Yo tenía 10 años y entendía perfectamente qué era que a uno le pusieran una bomba: vi la que le pusieron al vecino, vivíamos con muchísimo miedo.”

Con un apagón provocado por algunos amigos, la familia salió en secreto de Metán a Santiago del Estero. Dos o tres semanas después, dos bombas estallaban en la casa de Metán.

Luis pasó un tiempo en el altillo hasta el golpe de 1976. Por la situación económica, empezó a viajar a Roque Saénz Peña en el Chaco y volvía a Santiago del Estero una vez al mes. “Cuando volvía nos contaba mucho del campo, y a mi hermano le gustaba en particular ir a cazar. Una vez, mi hermano se entusiasmó con la idea de ir a un paraje cercano de donde estaba mi papá, en Pampa de los Guanacos (en el norte de Santiago del Estero y límite con el Chaco). Quedaron que se juntaba ahí con mis tíos. En ese momento lo secuestraron unos que dijeron que eran de la policía. Mi papá vivía en una pensión. A cambio de entregar a mi hermano, mi papá tenía que entregarse. Ese fue el trato, mi papá se entregó. Subieron los dos a una camioneta, a mi hermano lo volvieron a llevar a Pampa de los Guanacos. Lo dejaron en medio de un monte cercano y de allí se lo llevaron a mi papá, en definitiva desde Pampa de los Guanacos.”
Lo que vino

Luis era uno de esos maestros que mientras sus alumnos hacían balances, les ponía discos de versos de García Lorca de su mujer que era profesora de lengua. O música clásica. “Sé que militaba en el PRT”, dijo Gabriela. “Sé que tenía reuniones. Era amigo íntimo de Roberto Santucho, fueron al mismo colegio, tuvieron muchas experiencias juntos, no sé cuál de los dos salvó la vida de cuál cuando cayeron al río Dulce. Compartieron mucho también con mi mamá cuando se formó el primer grupo que buscaba reivindicar los derechos, el FRIP y después en el PRT.”

Lo que sucedió con Luis como secuestrado –una palabra que Gabriela subrayó en medio de la sala cuando la fiscalía preguntó por su “detención”– forma parte de esa militancia. De Pampa de los Guanacos lo llevaron a Santiago del Estero, donde lo esperó Musa Azar. Lo vieron en Tucumán y lo dejaron muerto con una crueldad sobre la que todavía existen preguntas, en medio de la plaza de Metán.

“¿Usted sabe por qué secuestraron primero a su hijo si quienes lo seguían pudieron secuestrarlo a él directamente?”, le preguntaron en la sala. Gabriela dijo que no lo sabe, supone que fue porque a su padre lo querían con vida y con su hijo de señuelo se aseguraban que fuera así. En otro momento le preguntaron por qué creía que después de todo lo que hicieron, lo volvieron a llevar hasta Metán.

“Haciendo cálculos fueron muchos días los que lo tuvieron”, dijo ella. “Desde el 25 de junio hasta el 12 de julio, de acuerdo con mi construcción mental y respondiendo a la pregunta, siempre interpreté como que fue una cuestión aleccionadora. Yo nunca había vuelto a Salta, el año pasado fui a un congreso y me fui a Metán y me fui a la plaza para verla. Me pareció gracioso que pongan un cuerpo al pie de la estatua de San Martín –dijo– podía tomarse como un homenaje. Pero por todas las otras condiciones, rodearlo de paquetes de bombas, con el cuerpo torturado, era como algo aleccionador.”

David Leiva es uno de los abogados de las querellas. Está convencido de que el secuestro de Luis pudo estar relacionado con la persecución a Santucho. Cree que el circuito por el que pasó muestra además la coordinación no tanto de la policía sino del Ejército, que tenía la mirada de la zona. Otro de los aportes de sus subrayados es sobre la condición de militante político de Luis: “Nosotros estamos intentando ubicar a las víctimas del terrorismo de Estado en los partidos en los que militaban, y eso se está dando en Salta, sobre todo con los testimonios que se escuchan de los militantes del interior de la provincia, porque con estos juicios no perseguimos solamente la sanción punitiva del Estado, sino la posibilidad de recuperar la historia de los compañeros. No contarla es perpetuar ese proceso de desaparición: no contar dónde militaban y cuáles fueron las ideas es parte de la política de seguir desapareciéndolos. La experiencia es lo más próximo que esta generación tiene que legar a las futuras”

martes, 17 de julio de 2012

Un sobreviviente confirmó el accionar conjunto entre Ejército y Policía

Uno de los sobrevivientes de la última dictadura militar dio ayer en su relato distintos elementos que prueban el accionar conjunto de las fuerzas represivas. Este sostuvo que el ex jefe del Ejército, Carlos Mulhall, fue quien le dijo en la cárcel que lo iban a liberar, al momento que indicó que éste iba hasta la cárcel de Villa Las Rosas en helicóptero por las tardes.

Aldo Bellandi, quien fuera jefe de Movilidad del Gobierno de Miguel Ragone, fue quien avisó a la cúpula policial de aquella época, comandada por Joaquín Guil, que "Ragone no necesitaba más custodia policial, porque a Ragone lo custodiaba el pueblo". "Fue ahí que yo cavé mi propia fosa", evaluó el testigo al hablar de su caso incluido en la mega causa que investiga delitos de lesa humanidad a las que fueron sometidas 34 víctimas. Por el hecho en este juicio se encuentran procesados Carlos Mulhall, Joaquín Guil, y Roberto Puertas. Pero este último fue separado del actual juicio por encontrarse enfermo tras haber sufrido un ACV.

 Nueva audiencia

La madrugada del primero de abril de 1976, Bellandi fue detenido en un mega operativo que se montó en el barrio Santa Lucía. Allí reconoció Puertas quien estaba a cargo del operativo. Tras ser llevado a la Primera, fue detenido por una semana en la Central de Policía en donde inició la tortura.

Pero los tormentos más dolorosos fueron tras ser trasladado en el Ejército, donde empezó a ser un desaparecido. "Me golpeaban los oídos. Me picanearon testículos, tetillas, boca, planta de los pies. Caminaba con las piernas entreabiertas y en punta de pie", sostuvo en su declaración ante el Tribunal Oral Federal. Las torturas recurrentes duraron meses. Al ser trasladado a la cárcel de Villa Las Rosas, los presos eran dirigidos en las madrugadas frías a los baños donde eran manguereados. La tortura a Bellandi fue más dura cuando en una de estas 'manguereadas' vio de frente al director de la Cárcel, Braulio López, a quien conocía porque "yo casi como que lo posicioné" durante el Gobierno de Ragone. "Como él a mí me conocía, se me puso de frente en una de esas ocasiones y me miraba, y fue cuando yo escupí al piso".

Contó también que escuchaban helicópteros en donde supuso que por el movimiento de uniformados del Ejército, viajaba Mulhall hasta la cárcel. Fue allí que éste lo atendió un año después de haber sido detenido y desaparecido. "Con las piernas cruzadas sobre un escritorio y golpeando las botas con una fusta, me dijo que iba a salir en libertad", contó.

Al darle la noticia le dijo "de política y peronismo nunca más (porque) la próxima no sale".

Las persecuciones no cesaron. Contó que en una ocasión le hicieron causa a él y su mujer por un supuesto robo en YPF, razón por la cual estuvieron detenidos unos 15 días.


Un mega operativo

Antes de la 1, del primero de abril del '76, el equipo conformado por uniformados y otros de civil, había ido hasta la España 25, en donde vivía la hermana de Bellandi, con su madre, su esposo y sus cinco hijos. "Entraron de golpe y dieron vuelta todo", contó Ana María Bellandi, al recordar esa noche en la cual su hija de 17 años fue agarrada por el cuello por uno de los civiles que irrumpieron en la vivienda al momento que apuntaba con un arma corta a la cabeza de la adolescente. Ante ese panorama, Ana María contó que su esposo pidió calma a los represores, prometiéndoles que los iba a llevar hasta el domicilio de su cuñado.

Fue entonces que cerca de la 1 llegaron al domicilio de Aldo Bellandi, quien dormía junto a su mujer, Griselda Banegas.

A Bellandi lo pusieron mirando a la pared a punta de pistola. A Griselda la llevaron a otro dormitorio y la desnudaron. "Uno me presionaba contra la pared con una mano, y con la otra me manoseo los pechos y la vagina", contó la mujer, al indicar que los demás se reían y seguían buscando papeles, llevándose al final unos libros. Luego se llevaron a su marido y por detrás una caravana de jeeps y otros vehículos se alejaron del lugar.

Banegas como Ana María Bellandi recordaron que en aquel entonces, sólo supieron de Aldo mientras estaba en la Central de Policía. A la semana desapareció. Su hermana lo buscó por todos lados hasta que "no se cómo, dí con un capo máximo militar, y el hizo dos llamadas y me dijo que mi hermano estaba en la cárcel. Pero que no podía ir a verlo ni hacer nada por él. Y que no le iba a pasar nada". Un año después, Aldo volvió a ver a sus familiares. "Cuando entró a mi casa no era mi hermano, era un pobre tipo, que estaba mal, flaquito, sin pelo…era una piltrafita". La tortura dejó secuelas en Bellandi quien (entre otras cosas), tiene problemas para oír. "Si me preguntan a mí, yo para ellos quiero la cárcel común", dijo el testigo.

jueves, 12 de julio de 2012

Salta: Testigos que prefieren no hablar ilustran cuán profundo caló el terror

La octava jornada del megajuicio oral y público que por crímenes de lesa humanidad se lleva a cabo en Salta mostró, quizás más que ninguna otra, las consecuencias del terrorismo de Estado, que perdura, a pesar de los más de 30 años transcurridos.

Desfilaron testigos para los que parecía representar un motivo de temor el solo hecho de venir a declarar ante el Tribunal Oral en lo Federal Criminal de Salta. “Todos nos hemos asustado. No sé. (Teníamos miedo) porque veíamos que llevaban a la gente. No teníamos que meterse en nada porque estaban pasando cosas con los vecinos”, explicó Juana del Valle Zerpa de Ale, la primera testigo del día, convocada para que hablara de su amiga Carmen Berta Torres y de la hermana de ésta, Francisca Delicia Torres, a quien llamaban Elsa.

Las dos fueron secuestradas y desaparecidas en abril de 1976. El ex jefe del Ejército en Salta, Carlos Alberto Mulhall, y el policía retirado Julio Oscar Correa están siendo juzgados por estos hechos.

Por las dudas, Juana Zerpa, una mujer ya anciana, se apresuró a aclarar que ella nunca supo que las hermanas Berta anduvieran en política ni en “nada malo”.

Las hermanas eran militantes peronistas, estaban en la Lista Verde, que impulsó a la gobernación a Miguel Ragone. Berta era directora de Bosques en la gestión de Ragone y Elsa trabajaba en la municipalidad de General Güemes. De ahí la sacó, el 9 de abril de 1976, un grupo de hombres armados, con las caras cubiertas. Calzaban borceguíes, según pudo ver Roque Torres, que también trabajaba en la municipalidad y que alcanzó también a identificar (porque se le cayó la tela que le cubría el rostro) al sargento del Ejército Leopoldo Vicente Abán, que fue interventor municipal.

La medianoche del 28 de abril de 1976 Berta fue secuestrada de su casa por un grupo de hombres que andaban en automóviles Ford Falcon. “Eran varios, eran muchos. Estaban encapuchados. (A la madre y al padre de Berta y Elsa) los levantaron, los pusieron contra la pared. Los golpearon. La sacaron de la cama a Berta y se la llevaron”, contó ayer su hija, Ramona del Carmen Torres de Tarifa, que en 1976 tenía unos 26 años.

Berta y Elsa están desaparecidas. Elsa estaba embarazada, tampoco se supo si pudo dar a luz ni qué pasó con ese niño. “Los padres, o sea mis abuelos, se fueron sin saber nada. Por eso estoy aquí, para ver si podemos saber dónde las llevaron”, aseguró Ramona del Carmen.

“Hay vecinos que han visto. Nada más que tienen miedo de hablar. No quieren hablar”, sostuvo sobre la poca información que brindaron los vecinos convocados como testigos. Antes había declarado un vecino de enfrente de la casa de sus padres, Lorenzo Figueroa, que solo se arriesgó a decir que creía que las hermanas habían sido secuestradas. En la instrucción de esta causa otro hermano de las víctimas, Manuel Torres, quien las buscó durante años, señaló a este vecino como alguien muy próximo al comisario Correa, que era jefe de la Policía en Güemes cuando se cometieron los secuestros. Manuel Torres está convocado a declarar el próximo 25 de este mes.

Otra hermana de Berta y Elsa, también llamada Francisca, a quien llamaban Mira, fue secuestrada antes, torturada y liberada en un camino vecinal cerca de Cabeza de Buey.

De las hermanas Torres también habló el testigo Robin Mario Escudero, un compañero de militancia que fue detenido en diciembre de 1974.

Otra testigo habló ayer del temor que generaba el terrorismo de Estado. Pía Asunción Viltes era la pareja del Raúl Benjamín Osores, y fue detenida el 24 de marzo de 1976, en Embarcación. Osores, que ni bien supo del golpe se fue para evitar la represión pero que entre abril y mayo de 1976 se entregó creyendo que así liberarían a su compañera, fue desaparecido desde la Central de Policía de Salta.

Viltes recién pudo volver a Embarcación “después de 30 años”. Se encontró con que los vecinos recordaban poco. “Nadie quería meterse, (la gente) no podía ni siquiera mirar nada”, recordó ante el Tribunal.
 
“Queremos saber de los restos”
 
“Espero que se haga justicia. Y que los restos… Queremos saber de los restos para poder darles cristiana sepultura, que es lo que corresponde como católicos, que es lo que estamos reclamando todos”. Pía Asunción Viltes hizo el reclamo cuando ya el presidente del Tribunal, Carlos Jiménez Montilla, la despedía.

Viltes conoció a Raúl Osores en la Acción Católica y en el trabajo rural. A ambos les interesaba mejorar la situación de los trabajadores del campo y fueron juntos a Embarcación, donde Osores fue secretario general del sindicato de trabajadores rurales, que integraba la Federación Única de Sindicato de Trabajadores Rurales y Afines (FUSTCA), cuyo secretario general era Felipe Burgos, secuestrado y desaparecido desde el 6 de abril de 1976.

Cuando sobrevino el golpe. Osores opinaba que debían huir. Ella se negó porque “no habíamos hecho nada malo”. Al final, él se fue y ella salió a hacer compras al mercadito de Embarcación. Ahí la detuvo la Gendarmería. De allí fue trasladada a la sede de Gendarmería en Orán, luego la llevaron a la Central de Policía de Salta, de donde la enviaron a la cárcel de Villa Las Rosas, de donde fue finalmente trasladada a la cárcel de Villa Devoto, donde estuvo unos tres años, a disposición del PEN.

De Osores supo, por una nota de familiares, que en abril o mayo de 1976 se había entregado a Gendarmería, en un intento por lograr su liberación. Había sido enviado a la cárcel de Villa Las Rosas. Luego lo llevaron a la Central de Policía, “donde le hicieron firmar la libertad, y nunca más” se supo de él.
 
La patria, y las joyas
 Una vez más, los testigos confirmaron lo que es sabido: los integrantes de las fuerzas de seguridad que en 1976 usurparon el poder en nombre de la moral y del patriotismo aprovecharon el poder para robar.
Pía Asunción Viltes recordó que cuando fue detenida, la llevaron a su casa y buscaban plata “que era lo que más les interesaba”, y que al final se llevaron “todo del sindicato”, los muebles y hasta su diploma de maestra especial. Luego, en el Escuadrón 20 de Orán de Gendarmería, le sacaron los anillos y cadenas que llevaba y nunca le devolvieron.

También la hija de Berta Torres, Ramona del Carmen Torres de Tarifa, recordó ayer que los secuestrados de su madre se llevaron una máquina de escribir y las joyas de la familia.
 (Por Elena Corvalán)